Macarena Córdova
Tendencias

Macarena Córdova “No estaba preparada para que me dijeran que mi guagua iba a morir”

La recientemente aprobada Ley Dominga regulará el proceso que toda mujer en Chile enfrenta ante la muerte perinatal o gestacional. Una situación que hasta ahora estaba en tierra de nadie y que encubre el dolor de miles de mujeres que sufren la pérdida de un hijo o hija antes de tiempo. Macarena Córdova, es una de ellas y aquí cuenta su historia. “Soy tremendamente agradecida de la vida y mi hija es uno de mis mejores regalos”.

Por Jessica Celis Aburto.

La Ley Dominga acaba de tener su venia en la Cámara de Diputados, hito que llenó de alegría a Macarena Córdova (42). Era su causa, la causa de muchas. Y no porque ella necesitó de un marco legal que la apoye cuando sufrió la pérdida de su primera hija. No. Ella siempre estuvo “en la otra vereda” como dice. Su causa era mayor, social, porque “es fundamental que toda mujer tenga su duelo y que no se le desprecie y se le mande para la casa o a trabajar como si nada”.

El 2011 quedó embarazada de su primera hija, Martina, y a los 3 meses le dijeron que venía con trisomía 18, un trastorno genético que se da uno en 8 mil casos, cuando el cromosoma 18 tiene una tercera copia que agrega material genético anormal, lo que provoca problemas de malformación, especialmente a nivel de cráneo y asociadas al desarrollo intelectual. “Con esta condición la guagua tiene malformaciones congénitas tan grandes que no son compatibles con la vida”, precisa Macarena Córdova, abogada de 42 años.

Macarena Córdova

Recibir el lapidario diagnóstico, terminó por aplastar su ánimo, sumergido en el duelo por la muerte de su padre, ocurrido dos semanas antes. “Mi papá había fallecido recién y él era mi todo. Lo enterré cuando tenía 3 meses de embarazo y quince días después me hicieron la eco donde me dijeron el problema que tenía mi hija”, explica, recordando que “intuía que mi guagua venía mal. Le pregunté a mi médico, antes de ese examen, cuál era el protocolo si mi embarazo no iba bien. Me dijo que si me ponía muy nerviosa me iban a llevar a una pieza contigua y lo llamarían a él para que hable conmigo. Y así fue.”

Para Marcelo Bianchi, su ginecólogo -quien trabaja en una reconocida clínica privada del sector Oriente de Santiago-, sólo tiene palabras de agradecimiento, por todo el acompañamiento que le brindó durante todo el proceso y que tiene la convicción, hizo que fuese más llevadero. “Soy muy privilegiada. Entiendo a todas las mujeres que están en la otra vereda y me parece indignante que a muchas que acaban de perder a su hijo/a las dejen en la misma pieza que otra que disfruta de tenerlo en brazos. Eso es inhumano, escandaloso. No fue mi caso y eso por digo que soy afortunada. Tuve la suerte de tener un ginecólogo extremadamente preocupado, que me puso en otro extremo de la clínica y en un piso en que no habían embarazadas”, detalla, y se apura en reiterar que “tuvieron mucho cuidado conmigo, pero yo me lo tomé muy mal porque estaba en pleno duelo por mi papá. No estaba preparada para que me dijeran que mi primera guagua se iba a morir.  Me fui a mi casa, destruída, casi me morí de la pena. Creo que es el dolor más grande que he tenido en mi vida, además de la muerte de mi papá”.

Esa misma noche soñó con su padre, evento que la sacó de la desesperanza y cambió el curso de las cosas. “Sentí que lo abrazaba por la espalda, y recuerdo que me dijo ‘que no me preocupara, que todo iba a estar bien`”.

¿Quedaste tranquila?

Sí. Igual yo estaba en una terapia que tuve que elegir hacerla por mi papá o por la Martina, y opté por ella, ya que sentía que lo de él podría resolverlo después y así fue. Necesitaba estar lo mejor posible para darle a mi hija calidad, el tiempo que estuviera conmigo.

La opción de un aborto nunca existió, tanto por sus propias convicciones católicas como las de su médico de cabecera. “Nunca he estado a favor del aborto como una alternativa para mí, pero respeto para quienes sí lo es. Creo que la mujer tiene que disponer plenamente de su cuerpo y sus decisiones. Yo no la comparto porque soy muy culposa. Tengo una base católica fuerte, al igual que mi doctor, para quien tampoco era una salida. Sin embargo, entiendo la otra vereda. Mi marido -Felipe González- también me apoyó 100%, entonces, no fue tema y fue la mejor decisión que he tomado en mi vida. Creo que si me pasara de nuevo haría exactamente lo mismo”.  

LA CULPA Y LA MUERTE

¿De donde sacaste fuerza para sobrellevar un embarazo que tendría como resultado la muerte de tu hija en cualquier momento?

Fue muy complicado (silencio y respira). Es como una fuerza natural, creer en el orden de las cosas, confiar en la vida, en que todo va a salir lo mejor posible. Es loco porque soy súper racional, soy abogada ¡imagínate! Pero cuando me entregué, di un salto de fe, tratando de darle un sentido a lo que pasaba, entendiendo que estaba viviendo eso porque había algo que tenía que aprender; pensé en mi guagua y la felicidad que quería darle hasta cuando pudiera.  Ella es mi hija y siempre tuve la certeza de que iba a verla, conocerla. Y aunque suene muy bizarro, la disfruté todo lo que pude y le di lo mejor de mí.

En esa recordación, sí evoca situaciones muy complejas, tristes, “que tienen que ver con el día a día, como cuando te empieza a crecer la guata, y por ejemplo, sales a comprar ropa. Me pasó. Ir a comprar un enterito y que me digan “qué linda la guata” y por dentro piensas en que se va a morir. Una vez reventé con el tema y es tremendo porque te sientes culpable, te aíslas. No quieres contar lo que te pasa porque abrirías una caja de Pandora donde la gente opinaría y nos quieres eso. Yo me apoyé mucho en mi núcleo familiar; en una de mis hermanas, mi mamá, que estaba recién viuda de un matrimonio de 50 años. Fue súper difícil”.

Explicar la culpa que sentía le cuesta. Hay varios matices, partiendo por “el sistema que nos hace sentir culposas a las mujeres”, relata. “Soy de una generación en que eso es fuerte”, agrega. “Sientes que cargas con algo que es como un pecado capital, algo que se guarda y esconde. Hay una delgada línea entre que alguien te escuche y contenga o te escuche y te llene de preguntas. Probablemente sí me sentí culpable al principio, por no tener la capacidad de tener una guagua sana, pero con el tiempo me di cuenta que no iba por ahí, que estas cosas son pasan y son azarosas”.

Nuevamente reflexiona en que tuvo la suerte de tener un médico súper criterioso… “Yo llegué súper dilatada y salió de un sólo pujo, por lo que todo se dio. Agradezco no tener una cicatrizde una cesárea en mi cuerpo, no por la marca física, eso me da lo mismo, lo agradezco porque al verla estaría constantemente reviviendo todo”.

¿Cómo recuerdas los momentos en que tuviste a Martina en brazos?

Casi me morí (hace una pausa y toma aire). Era chiquitita, por la patología que tenía. Me habían dicho miles de cosas, que me preparara porque podía tener los ojos saltones o uno solo, o un forado en la nariz; casi como que podía ser un pequeño monstruito. Nunca pesqué esos comentarios. La tuve en brazos y fue exquisita. Nunca abrió los ojos y estaba muy tranquila. Nunca lloró. La abrazamos con mi marido (silencio)…. (llora) … le di las gracias por haberme elegido como su mamá y le dije que ojalá que el tiempo que pasó conmigo lo haya pasado bien y se haya sentido querida. La bautizó mi matrona que es atómica, atómica. Le había preguntado a un cura antes, si podía hacerlo y me dijo que en casos como éste no era necesario la presencia de un sacerdote, entonces ella lo hizo. Felipe la tomó en brazos, la miramos harto y en un momento nos dijeron que había fallecido, que nos despidiéramos. Ahí se la llevaron. Yo me quedé en la pieza y Felipe se hizo cargo de todo. La fue a ver varias veces. Creo que a él le tocó la parte más dura porque la siguió viendo ya que las dejaron aparte, en una pieza de neonatología, a oscuras. La iba a ver porque le daba pena que estuviera sola. A la mañana siguiente soñé con ella, sentí su energía y que se estaba despidiendo, dándome las gracias y fui feliz. Fui al funeral y me lo lloré todo, pero tengo la plena convicción de que hice las cosas bien.

Ella compró su féretro blanco, le puso aros y la vistió. “Quería que se fuera como reina”, relata con la respiración entrecortada, acordándose de su funeral, cuando “Iba detrás del ataúd y escuché a una mamá que dijo “ay qué pena, una guagüita” y casi me morí ¡Me lo estaban diciendo a mí! No era su culpa pero lo escuché”. Su relato se detiene y una vez más dice que fue tremendamente afortunada, que “por eso me parece inhumano, y más como abogada, que personas que no tienen los recursos no tengan los mismos cuidados que tuve yo”. 

¿Sabías de esta realidad o supiste durante el proceso?

Siempre me sentí privilegiada en relación a otras realidades, pero hablo más allá de lo económico. Tiene que ver con el trato que tuvo mi médico desde el minuto uno. Siempre me dijo que iba a cuidarme para que no escuche el llanto de una guagua y que esté tranquila. Fueron muchos detalles, hasta la matrona que bautizó a mi hija ¡imagínate! Me fue imposible no cuestionarme cómo lo viven otras mujeres que están en la otra vereda, que están solas. El problema está en cuánta contención hay de parte del entorno, del sistema que no es capaz de contener este tipo de situaciones. Creo que un buen profesional médico es igual de importante que alguien de tu familia y eso lo comprobé con todo lo que viví.  No puede ser que te den una pastilla para “botar” un aborto retenido o en otros casos, y peor, que te manden para la casa y te digan que esperes a que salga. Eso es totalmente inhumano. Tampoco hay consideración de apoyo psicológico, que en estos casos es fundamental, y muchas mujeres simplemente no tienen plata para tratarse. No sacas nada seguir teniendo hijos si sigues trizada emocionalmente porque eso lo acarrearás siempre, lo que repercutirá no sólo en ti, sino también en tus propios hijo/as y tu entorno.

Hoy Macarena es madre de Alonso, de 8 años, y que el tema no es tabú en su familia. “Mi hijo sabe que tiene una hermana en el cielo y que lo cuida. Vamos juntos al cementerio y todos los 9 de noviembre le dejamos flores (llora). Es doloroso, pero ella me va a acompañar toda la vida. Repito: soy tremendamente agradecida de la vida y mi hija es uno de mis mejores regalos. Yo no lloro de pena. Dios me regaló un hijo y he aprendido a ser feliz con eso porque me costó mucho. Yo al Alonso lo busqué sin pensarlo. En noviembre perdí a la Martina y en mayo estaba embarazada. Nació el 23 de enero del 2013. Pensé que si me quedaba pegada en el dolor nunca iba a ser mamá. Tenía que avanzar, es parte de mi personalidad. Este es un tema que hay visibilizar porque se lleva con mucha culpa y es prioritario que exista un protocolo más ordenado a nivel de atención de salud, tanto en el sector privado como público. Acá las culpables no son las mujeres, sino el sistema”, enfatiza.

Macarena junto a su hijo Alonso.

Foto de freestocks.org en Pexels